Tu indiferencia me consume en la amargura |
Ayer me encontraba en la Universidad y te vi caminando. Tus rizos dorados volaban al viento y tus ojos, profundos como los lagos del Sur, alumbraban como faros en la oscuridad de las tinieblas de mi mente. Te sentaste en un banco con el objetivo de leer un libro de Jonathan Swift; sin embargo, te distraía la muchedumbre, las nubes, el viento acariciando con aspereza las ramas de los árboles. Tus ojos serenos se paseaban por toda la escena. Me di cuenta que me habías observado en un rápido vistazo en el que nuestras miradas se encontraron. Te sonrosaste -o eso fue lo que me pareció-. Mi corazón palpitó con una intensidad inusitada y mi respiración comenzó a entrecortarse. ¿Acaso ese cambio en la coloración de tu rostro había sido consecuencia mía? Gotas de sangre brotaban de mi nariz. Debí irme al baño a limpiarme.
Cuando regresé al cuadro, continuabas allí, intentando leer a Swift. Me acerqué con decisión a enfrentarte y entregarme a ti como un esclavo. Sos mi diosa, mi ídolo, mi reina, mi soberana; y yo sólo soy una rata inmunda que no debería tener el privilegio ni siquiera de besar allí donde defecas. "¿Pero qué más podía hacer?", me detuve a preguntarme, "¿Acaso continuar escondiéndome en la mentira y en el anonimato mientras viviera? ¿Acaso ser presa de la gris realidad y no pretender recibir jamás un beso de tus hermosos y frescos labios, aunque sea éste en la frente? ¿Qué sentido tendría, entonces, la vida?"
Unos amigos tuyos te saludaron mientras me hacía todas esas preguntas y asumía como propia la decisión de saludarte. Te marchaste de mí, una vez más, y un grito agónico se apoderó de mi garganta. Ríos de lágrimas brotaban de mis ojos. Estaba poseído. ¡POR QUÉ, M…! ¡POR QUÉ NO EXISTO PARA VOS!
Y aquí estoy, M…, dispuesto a sacrificarlo todo por vos. Te daré todo lo que me exijas. Satisfaré todos tus designios. Todo sea para que me sonrías, para que me abraces, para que me beses, para que sepas de mí, para que me reconozcas entre la multitud de pretendientes y no sea sólo un grano más de arroz. No espero que me ames, ni siquiera que asumas conmigo alguna clase de compromiso. Sólo quiero una sonrisa, una orden tuya, una bofetada o un insulto. Cualquier clase de contacto que tengas conmigo será un tesoro que defenderé con toda mi realidad. ¡Pero no me ignores! Tu ignorancia es un puñal que perfora mis tripas, las hace brotar a la par de la sangre; y luego, el abandono a las alimañas que me devoran vivo. Tu ignorancia es el peor de los castigos, mi diosa. Sólo me hace desearte más –sí, eso es posible- y, como consecuencia, la angustia que siento por tu indiferencia se hace infinita. Por eso escribo esta carta, para que sepas de mí y todo lo que siento y estoy dispuesto a llevar adelante para que estemos juntos, aunque sea, por un instante. ¡No me importa hacerlo público! ¡TE AMO! ¡TE AMO! ¡TE AMO!
Te amo, M…, sin importar que no sepas que existo. Te amo, sin importar que seas un producto de mi esquizofrénica mente.
Te amo.
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