Me encontraba hace unos meses en
el comedor de la Universidad. Fatigado por el peso de los parciales, el mal
sueño de los últimos días, la soledad irrumpiendo mi espíritu y azotándolo
contra la nada misma; me senté a tomar un café y distraerme con Filosofía en el Tocador. Un amigo mío, D…, se acercó a hablar conmigo al instante que me hubo reconocido entre el populus.
- ¡Estás destruido! – exclamó al
ver mis ojos cansados, perdidos a la luz artificial de los tubos que
encandilaban toda la habitación. Se echó entonces a reír y con razón.
- Dormí muy mal anoche – me justifiqué.
- ¿Qué andás leyendo?
Le mostré la portada del libro
con una sonrisa pícara dibujada en mis labios.
-Sade – finalmente respondí.
Ambos reímos lunáticamente ante
las perversiones conocidas del Divino Marqués. No era para menos. Fue entonces
cuando una conocida de mi amigo D… se acerca a nuestra mesa a saludarlo. Le di
un beso en la mejilla y me presenté. Luego, ella hizo lo mismo:
- Me llamo S… Un placer.
- Lo mismo digo. Nos atrapaste
justo hablando un poco de literatura.
Se le iluminaron los ojos. Su cara,
rebosante de sana candidez, no podía ocultar su pasión por el arte escrita. No podía
mantener su entusiasmo en secreto:
- ¡Me encanta la literatura! ¿De
qué obra hablaban?
- Filosofía en el Tocador, del Marqués de Sade. ¿La conocés?
- No. Nunca leí nada del Marqués
de Sade, de hecho.- ¿Cómo es?
- Interesante. Dejame leerte un
fragmento:
<<Eugenia,
voy a enseñarte ahora de qué otra manera se puede sumir a una mujer en el deseo
más extremo. Separa bien tus muslos… Dolmancé, ya ve la forma en que la coloco,
¡le dejo su trasero! Chúpeselo mientras mi lengua va a hacerlo con su sexo, de
modo que ambos la hagamos desfallecer al menos tres o cuatro veces seguidas…>>
Me detuve y la observé. Ella, con una expresión inocultable de repudio
a mi falta de cortesía y mal gusto para la lectura, se río hipócritamente y
cargada de absurdos nervios. Luego se marchó de la mesa sin saludarme y nunca
más la volví a ver.
1 comentario:
derecho a los bifes
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