Me indigna enterarme que la DAIA le presenta
una demanda al dibujante Gustavo Sala por una tira que publicó Página 12 titulada “David Gueto”. En la
misma se ve a un dj (parodia de David Ghetta), yendo de gira por campos los
campos de concentración y alentando a los prisioneros a que bailen al ritmo de
su música. Hitler, quien se encontraba en el campo de concentración le agradece
a Gueto que divierta a los prisioneros
porque “si están relajados, los jabones salen mucho mejor”. En un primer golpe
de vista, debo decirlo, la tira no me pareció nada elocuente. No compartí las
críticas que se le habían hecho por
antisemita o banalizadora del Holocausto; más bien me pareció un insulto al
humor. Sin embargo, conozco el trabajo de Gustavo Sala. El tipo no es de sacar
sonrisas fáciles. Su encanto estriba en la reflexión personal que produce la
obra y, como toda reflexión, no es
inmediata sino que amerita usar la cabeza. Y eso hice: usé la cabeza y
descubrí el sentido de la tira de
Gustavo Sala.
La tira no trata sobre el Holocausto. Lejos está
de banalizarlo o de ser antisemita. Ésa es sólo la forma. A esos prisioneros
que dibuja Sala los van a hacer jabón y se muestran pesimistas, sin motivos
para bailar y divertirse. Saben lo que les espera en las cámaras de gas. Hitler aparece luego y los manda a
bailar, los manda a pasarla bien. Pero no lo hace ordenándolo, imponiendo una
situación violenta (como nos imaginamos a los guardias de las SS en los
Auschwitz o los Treblinka), sino con dulzura. “Vamos, diviértanse que la vida
es corta”, les dice Hitler con una sonrisa en la cara y los prisioneros le
responden “Sí, señor Hitler” y bailan al ritmo del DJ Gueto con sonrisas en la
cara. ¿No es acaso obvio que esta narración es un paroxismo de algo mucho más
actual?
Claro, no tenemos a Hitler con su bigotito
mandándonos a divertirnos en un campo de concentración, pero tenemos una
televisión, un diario, una radio, una página de internet que nos mandan a hacer
marchas pidiendo seguridad porque una nena fue asesinada en Húrlingham o un
pibito, en Lincoln. Nos lo dicen con dulzura y casi sin obligación. No nos
gritan imperativamente que nos indignemos por lo que pasó pero crean la indignación
que debemos sentir. Tenemos una industria
que hace ídolos como salchichas (evocando la imagen de la escuela en The Wall) y nos dicen que los
tenemos que adorar y vamos y lo hacemos (Justin Bieber es
el ejemplo más actual). No todo es tan liso y llano como el papel con que
fue hecha la tira. Saquemos a los
prisioneros y a Hitler y pongamos a las familias que ven a Tinelli frente al
televisor y el mensaje es más claro. Pero es demasiado fácil detenerse en la los
márgenes del dibujo y decir que Sala es un hijo de puta y un antisemita por
dibujar esta tira. Es demasiado conveniente para algunos decir eso y vender eso
porque la tira de Sala los ataca a ellos, ataca el consumismo indiscriminado de
opinión pública. Y sí, no terminamos hechos jabones como los pobres prisioneros
que desfilaban por los campos de muerte, mas sí
convertidos en una masa que se engorda indiscriminadamente con sistema
como los pollos en criadero. Es tan loco todo que nos dicen que nos
debemos ofender por la tira de Sala y
muchos se ofenden y dicen que “hay cosas con
las que no se jode”. ¿Con qué cosas no se debe joder? ¿Con los nazis? ¿Con
el Holocausto? Legitiman por esa opinión pública, que ellos crean y manejan, la
censura a la libertad de expresión que tanto dicen defender a ultranza. Y es
que el fondo no es el Holocausto (para eso que destruyan a Capusotto por su Micky Vainilla), sino la denuncia de
Sala contra el arreo de la sociedad por
parte de los mass-media; y ésa es una
cosa con la que no se debe joder.