28 ago 2011

Sobre la enseñanza del Divino Marqués en clases de educación sexual en un aula llena de alumnos de escuela secundaria (Clase 1 o presentación de la materia)


Filosofía en el tocador comienza con una dedicatoria “A los libertinos”. En ella señala que los lectores de esta obra debemos nutrirnos “de sus principios, que favorecen sus pasiones, esas pasiones con las que fríos e insignificantes moralistas los intimidan, y que no son sino los medios que la naturaleza utiliza para que el hombre logre comprender los designios que ella ha trazado respecto de él”. Gran manera de comenzar una obra.
Finalmente recibí el llamado del director de aquel colegio en el que me presenté para dictar clases de educación sexual. Creí que aquél era un simple burgués de mentalidad burguesa, alejado e intimidado de y por los placeres del libertinaje. ¿Para qué vivir –me pregunté luego de esa entrevista- si vivir sólo implicase reducir nuestra voluntad voluptuosa a la insatisfacción como consecuencia de la estandarización de las relaciones sociales? Ese director de colegio secundario vive para preocuparse de los otros pero no de sí mismo y morirá sin haber probado el dulce placer de la extensión de su fuerza y su violenta carne hasta sus límites irreconciliables con el tiempo. ¿Acaso le han prometido, como a Justina, que después de todos los dolores y las frustraciones que conlleva vivir una vida virtuosa, virtud pisoteada una y mil veces por el vicio, se asegurará un lugar en el Paraíso y no un espacio en el humus y carcomido por los gusanos? Así era como pensaba hasta que oí sonar mi teléfono y escuché la voz del director, impaciente para aplicar mi proyecto educativo en una clase de jóvenes de entre 15 y 16 años. Enloquecido y regodeado en un júbilo terrenal, afirmé que estaría delante de la clase al día siguiente para comenzar.



(a continuación, se recomienda leer escuchando Una Noche en el Monte Pelado de Modest Mussorgsky)

Eran las 9 de la mañana cuando entré por primera vez a la clase. Los pequeños revoltosos no se percataron de mi presencia, de mi autoridad, al instante que hube entrado. Luego pegué unos gritos para que se callaran. Todos me observaron atentamente. Uno de ellos, un bello joven de frágil figura y semblante de sátiro preguntó quién era.
- Mi nombre es M… y soy su nuevo profesor de clases de educación sexual. ¿Pero acaso eso es importante, pequeño sátiro? Ahora ve a tu asiento y comienza a masturbarte.
El muchacho, perplejo ante mi respuesta, quedó inmovilizado.
- He dicho que vayas a tu asiento y comiences a masturbarte. ¿Acaso necesitas ayuda para eso? Con gusto designaré a alguno de tus compañeros para que te dé una mano.
- No, no hace falta – afirmó el muchacho. Nervioso, se dirigió a su lugar y, tratando de esconderse, obedeció mis órdenes con cautela. No contento con el castigo que le hube propinado, le prometí que sobre el final del día defecaría en sus fauces. Pero para eso faltaba mucho y todavía debía presentarme ante el resto de la clase.
- Buenos días, alumnos. Mi nombre es M… y estaré a cargo de las clases de educación sexual. Como ustedes ven, éstas tendrán un tono completamente distinto de las habituales y aburridas clases que se imparten sobre la materia. Suele suceder que las clases de educación sexual son generalmente aburridas porque se las da desde un enfoque biologista. Y esto ocurre porque los estúpidos docentes colegas míos creen que la sexualidad es simplemente un cúmulo de funciones biológicas y no la definición propia y ontológica del hombre.
>>Por más que no me considere a mí mismo como un metafísico (me da asco considerar que me puedan ubicar en la misma categoría que el imbécil de Kant), considero, afirmo y sostengo que la sexualidad hace al individuo, lo define, lo inscribe en un contexto espacial y temporal, lo explica. Decir que “sexualidad” es sólo un pene dentro de una vagina para la procreación es ignorar la maravillosa apoteosis del placer que radica en la satisfacción del vicio y de la voluntad libertina a través de su propia y violenta arbitrariedad. Es la dominación de la moral cristiana por sobre los instintos animales. No es otra cosa que el camino de una vida virtuosa hacia una muerte inevitable que buscan desde el desprecio a la naturaleza humana. Yo opto por afirmar lo animal de mí, lo humano en mi humanidad y no lo divino en mi condición de cristiano; y con “cristiano” me refiero a la pertenencia a esta sociedad hipócrita y mal vivida de los cómodos virtuosos que asesinan al hombre a través de una religión y una moral banales, ridículas y sin fundamentos. Estoy en contra de las costumbres y apunto mi guadaña al árbol de la superstición. El cristianismo nos impide liberar nuestro espíritu de vacías creencias para gozar de nuestra libertad y la definición de nuestros vicios a la extensión de la fuerza de nuestra “insana” (en palabras de nuestros enemigos, los cristianos) voluntad. Es lo que nos impide, dice el tratado republicano en la voz del caballero incestuoso, ser verdaderos amantes de un culto cívico que destruya, finalmente, los cimientos de la sociedad de órdenes.
>>Pero me parece que es demasiado temprano como para comenzar con todo esto. Tendremos tiempo hasta que termine el año como para hablar de los placeres de la profanación del altar de Sodoma, de los juegos de la violencia, del derramamiento de la sangre y de la escatología. ¿Alguien tiene una pregunta de todo lo que acabé de decir?
Una muchacha rubia alzó su pequeña mano. Ella era blanca como la leche, como las perlas. Sus ojos inquietos mostraban una candidez propia de las criaturas protegidas bajo el brazo de los guardianes de la virtud. A través de mis enseñanzas, no dudo que se convertirá en la Eugenia de Dolmancé y entonces se vengará de aquellos que le prometieron una vida lejos de la vida en la seguridad del ataúd. ¡Oh! ¡Qué desperdicio la defensa del altar de Venus!
- Sí, querida. Antes que nada, decime tu nombre, para ir aprendiéndolos.
- Sí. Me llamo G… Mi pregunta va por el sentido que para usted tienen estas clases de educación sexual y la forma que plantea darlas. Hasta el momento no le escuché decirnos nada acerca de las razones por las que estamos aquí, delante de usted. Ésta es una política de Estado y me gustaría que hablara un poco más de cómo cuidarnos y no que haga una apología del pecado.
Entonces, luego de escuchar a la pequeña G… decidí plantear la discusión desde otro lugar:
- Bueno, querida, lo voy a tratar de explicar desde otro punto de vista. Nacemos y morimos dentro de una sociedad banal y misántropa. “Misántropa” porque se desprecia la verdadera esencia (si se me permite el uso de este término) del hombre. El hombre es un animal y como tal tiene necesidades. La necesidad del animal se fundamenta en la satisfacción de sus deseos. En esta sociedad se reemplazó eso por la religiosidad cristiana y el hombre dejó de ser un animal para convertirse (eso quisieran los hacedores de este culto de esclavos) en un ser virtuoso que se enfrenta a los vicios porque son pecados, son males, son impropios para la trascendencia del alma (delirio platónico-cristiano). Para ser felices, lo más felices que podamos ser, nos basta no sólo con entender que “sacrificándolo todo a la sensualidad, es como el desgraciado individuo que se denomina hombre, arrojado a este mundo muy a su pesar, puede llegar a sembrar algunas rosas sobre las espinas de la vida” sino haciéndolo efectivo. En otras palabras, es a través de la sensualidad que podemos llegar a ser felices; podemos llegar a comprender nuestra realidad apartada de las fantasías y las supersticiones que consiguieron subsumirnos durante milenios. ¿Qué tiene que ver con la educación sexual, preguntás, querida G…? ¿Acaso no todo? ¿De qué me sirve a mí enseñarles a los varones cómo se usa el pene si junto a esa enseñanza no les revelo los caminos a la felicidad, a la voluptuosidad, al libertinaje que les han ocultado las autoridades del mundo sólo para dominarlos? Yo, querida amiga, seré el profeta que guiará sus cuerpos y sus mentes hacia el camino del vicio, al descubrimiento de nuevas experiencias, a la profanación de los valores que tanto les han inculcado para qué. ¡Para que sean infelices y manipulables como un ganado de ovejas! ¡Para qué más! ¡No estoy ni estaré dispuesto a sacrificar mis principios por el establecimiento de la continuidad de las costumbres!
El muchacho al que mandé a masturbar derramó, entonces, su semen sobre la mesa. No pudo aguantar más. Yo lo aplaudí. La joven G… asqueada por la escena poco natural en ámbitos nada naturales como las instituciones, esconde su expresión de repugnancia. Ya comprenderá y será mejor alumna.
Decidí que ya había sido demasiada información para una clase de presentación por lo que la di por terminada.
- Bueno, chicos, les dejo el resto de la hora libre. Mediten, si así lo desean, sobre todo lo escuchado hoy. Para la próxima, lean los primeros dos diálogos de Filosofía en el Tocador. Ahora me voy a practicar la sodomía con un cadáver.

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