9 jun 2011

Juguemos

Creo que nadie es más revolucionario que un niño. Los niños juegan y al hacerlo crean su pequeño universo. A éste lo dominan a través de su voluntad, como los grandes dioses que pueden aplastar todo lo que está a su alcance -y lo que está a su alcance es todo-. Impolutos, viven en su pequeño mundo de fantasmas, haciendo y deshaciendo utopías y dándole cuerpo a relatos y delirantes proyecciones sobre el futuro.

(“…delirantes…”)

¿Pero son sus visiones realmente objeto del delirio? Quizás para quienes hemos sido educados a lo largo de nuestras vidas –más cortas, más largas- bajo los aspectos de la microfísica del poder, los sueños de los niños no nos parezcan más que la consecuencia de la falta de golpes de la realidad, que la falta de acostumbramiento a la cotidianeidad y la necesidad de proyectar a corto plazo. ¿Pero por ello es tan sólo un delirio? ¿O bien somos nosotros, los lunáticos que tomamos las calles todos los días para ir a quién sabe dónde a cumplir nuestras obligaciones con quién sabe quién, quienes pensamos así sólo para protegernos en las aristas del conformismo?
Los niños son los grandes revolucionarios porque juegan a crear el mundo. ¿Sería descabellado aprender un poco más de ellos para construir el nuestro?

(…)

Esto es sólo un delirio.

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