Desde la Grigori Zinoviev
queremos expresar nuestra solidaridad con las camaradas de la Agrupación de mujeres Pan y Rosas por el
agravio misógino, machista, macartista, de una inusitada violencia propia de
los burgueses asustados y agazapados ante el avance de las bases obreras con conciencia para sí,
sustentador de un status quo
eficiente para la perpetuidad del establishment
en lo más alto, la corona de espinas sobre el proletariado en la cruz (y
utilizo terminología propia de ese libro religioso que subyace como pilar de
todas las injusticias en el mundo para dar cuenta que son ellos, los que como
usted, señor Alexei, se quejan de la muerte de Dios pero lo llevaron a la cruz)
del que fueron víctimas. Es increíble que un hombre como usted que, como todos
los hombres peronistas, es un psicópata sexista, sea administrador de un grupo
que reúne las opiniones e inquietudes de todos los estudiantes de la carrera de
historia de la Universidad Nacional de General Sarmiento. De cualquier forma,
nosotras, las mujeres de la Grigori Zinóviev, representantes de las demandas
históricas de todo el género oprimido, reconocemos que ésta no es una actitud
aislada en un contexto de buen comportamiento sino más bien que es más la regla
antes que la excepción. A partir de los testimonios de diferentes mujeres que
fueron víctimas de vuestros improperios y agravios y que transcribiremos a
continuación, se dará cuenta de a lo que nos estamos refiriendo:
Primer Testimonio: Me encontraba con
mis compañeras de Metafísica en el patio de la Universidad. Nos estábamos
tomando unos mates con mucha tranquilidad. Hablábamos de Descartes y las
pruebas de la existencia de Dios para sellar los conocimientos de ese tema
antes del parcial. De pronto, nos interrumpe un hombre flaco, alto, de largos
cabellos y mirada anómala y perdida, propia de las criaturas con perversa
necesidad de saciar su sed-de-libertinaje. Sin preguntar, se sentó en aquella
ronda de amigas. Preguntó si le dábamos un mate. Le respondimos que no había
problema, a pesar de la incertidumbre que nos provocaba aquel intruso tan
enigmático. Luego de saciar su sed-de-mate, consultó sobre lo que estábamos
hablando. Le expliqué entonces que nos habíamos estado refiriendo a las pruebas
de la existencia de Dios en Descartes. Aquél, enloquecido por la rabia y con
sus ojos verdes de una belleza maligna,
desorbitados e inyectados de sangre, lanzó insultos hacia todas nosotras
acusándonos de “paganas” y “ateas repugnantes”, al tiempo que exclamaba que la
existencia de Dios no tiene por qué ser probada y que “Descartes era
puto”. Luego de toda la escena se paró y
nos preguntó a todas si a alguna le interesaba hacerle “un petiso”. Todas nos negamos rotundamente a cumplir con
sus demandas y se fue insultándonos a los gritos con palabras que, por
vergüenza, no me atrevo a reproducir. Ciertamente creo que esa persona se hizo
más daño sola que a nosotras; sin embargo, al recordar su cara rabiosa y
enferma de perverso egoísmo y degenerada locura, la piel se me eriza como si
entrara a esta sala una ráfaga helada de mediados de julio y me abrazara con un
arrebato de pasión. Fue un momento horrible del que todavía me estoy
recuperando. -Luego, al preguntarle por el nombre del acosador, ella respondió
que- No estoy muy segura, pero si no me equivoco su nombre es Alexei.
Segundo testimonio: Lo recuerdo a
Alexei. Parecía un hombre gentil aunque un poco excéntrico. Bueno, al fin y al
cabo, ¿quién no es excéntrico en este mundo que marcha tan aceleradamente? Su
excentricidad me resultaba simpática. Me invitó a salir un día de agosto del
año pasado. Fuimos a un bar a tomar una cerveza y hablar de la vida. Él, con
sus ojos perdidos en mi escote –no me caben dudas de ello-, me preguntó si era
virgen. Le respondí que sí (la mujer que da el testimonio, comienza entonces a
quebrar su voz al momento que el recuerdo se le aparece como una proyección
fenomenológica de la memoria; una expresión de terror se dibuja en su rostro
pálido). Él entonces me sugiere que era momento que abandonara mi castidad y me
sumiera en el pecado y la voluptuosa saciedad de la naturaleza libertina que
poseo y que poseen los demás. Me invitó, entonces, a un cine clandestino a ver
una película de culto. Yo, a pesar de la desconfianza que me generaban sus
declaraciones amorales hacia mí, le seguí el juego para no hacerlo enojar. ¿Quién
sabe de qué sería capaz si no? La película se llamaba Irreversible –nunca la olvidaré-. Él me hubo dicho antes que
comenzara, que la primera escena de esa película sería un curioso retrato de lo
que él me haría cuando todo esto acabara. Al ver esa primera escena, la cruda
escena de la violación, mi piel suave y blanca como la leche de maíz se erizó
del pánico. ¿Acaso Alexei pretendía violarme? En ese momento lo puse en duda;
sin embargo, no quería esperar a averiguarlo y, luego de decirle que me iba al baño,
nunca más volví. ¡Y pensar que su excéntrica actitud ante el mundo me resultaba
pintoresca! ¡Cuánta ingenuidad, cuánta bonhomía que sentía ante las criaturas
de Dios! Ahora sólo en mi corazón hay desprecio al descubrir que las actitudes
de ese hombre extraño eran tan comunes como las de todos los hombres. Alexei no
es más que un representante, una figura pública que condensa en una
representación meramente simbólica un montón de injusticias que lo trascienden
pero dentro de las cuales él queda inscripto como uno más y, por ahora, como el
peor.
Tercer testimonio: Debo reconocer que a
mí me gustaba mucho tener relaciones sexuales. Me la pasaba todo el día, todos
los días, abrazada a los hombres, sumida en una pasión febril y un abrazo arrebatado
de deseo y libertinaje. Experimentaba el arte de gozar todo el tiempo. Era parte
de mí, me definía como mí-misma. Mi yo era entregarme al otro, no poder
conquistarlo en un sentido trascendente y ser definida por él en un sentido
trascendental, como mi condición de posibilidad. Yo era una gran seguidora del
joven Lévinas y sus enseñanzas, era su pupila espiritual, su pequeña
voluptuosa. Luego lo conocí a Alexei y mi vida cambió. Ese ser degenerado buscaba
satisfacer conmigo –mejor dicho, a través de mí, porque no le interesaba mi
compañía- su ánimo febril y perversa pasión. Sin embargo, no me pude prestar a
ser la pequeña Eugenia de aquel Dolmancé. Después de un par de encuentros
furtivos llenos de locura libertina y despliegue de fuerzas en pos de la extrema
perversión, abandoné la universidad y me dediqué a una vida espiritual en el
monasterio para así, quizás, algún día compensar a la Divinidad de todos los
pecados que cometí. Espero ser capaz de conseguirlo y no ser, por los pecados
perpetrados en mi vida pasada, víctima de la cólera del Señor.
Cuarto testimonio: ¡Es un degenerado! ¡Un
degenerado!
Podemos observar en estos
testimonios presentados -y discriminados entre un conjunto de 47 para hacer más
sencilla la lectura- que las actitudes de usted, señor Alexei, para con las
mujeres son propias de psicópatas machistas, misóginos, perpetuadores de la
relaciones de opresión e imperio entre los sexos, peronistas, hacedores del
culto a la belleza que mata a 60.000 mujeres por año sólo en Los Polvorines y
un sin-número de otras expresiones útiles para denunciar a los burgueses
machistas como usted, señor Alexei. ¿Qué es lo que espero al transmitirle todo
esto? Sencillamente ver su coraje, desenmascararlo como quien es y todo lo que
usted representa al pararse como un arista, como ese punto a enfocar y dirigir
nuestras fuerzas para destruir a todo el edificio que funciona tras de sí. Pero
quiero ver su coraje y por eso le envío esta carta y lo desafío a que la publique
para que todos la vean. En caso contrario, nos tendremos que ver obligados a no
sólo dejar de utilizar su blog para hacernos conocer, sino que además a
publicar en La verdad obrera todos
los testimonios para dejarlos en el dominio público. Siempre suya,
Bertha Pappenheim
Agrupación Grigori
Zinóviev
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