La insistencia de David Cameron
en negar el rol de la pobreza en los motines de agosto es “francamente extraña”,
afirmaba el muy liberal The Economist.
El estallido de los barrios humildes reactivó la estigmatización de las clases
populares.
Algunos meses antes de las
elecciones generales de mayo de 2010, el diputado laborista Stephen Pound
pensaba que el electorado británico estaba menos preocupado por un eventual
retorno de los conservadores al gobierno que por otra perspectiva: el temor, “casi
físico”, de ver “a un lumpen-proletario adornado con baratijas relumbrantes
golpeando a sus puertas y devorando a sus niñeras”(1). Incluso en períodos de relativa
tranquilidad, se manifiesta una cierta altanería en la superficie de las
relaciones sociales en Reino Unido, una de las sociedades más desiguales del
mundo. Bastó con varias noches de motines y de pillaje durante el mes de agosto
para que ese desprecio latente se mostrara claramente.
Las calles británicas han
recuperado la calma, pero la agitación se adueñó de los editoriales, de las
cuentas de Twitter y de los discursos de los dirigentes políticos. Un adjetivo “salvaje”
(feral), vuelve incesantemente a
propósito de los amotinados, de buena gana descriptos como “ratas” (2). Richard
Littlejohn, periodista de The Daily Mail,
incluso propuso una solución para desembarazarse de “la jauría de huérfanos
salvajes que atormentan a los barrios desheredados”: “matarlos a golpes de
porra como a focas bebé” (3). Desde hace años, los comentarias se dedican a
documentar la estupidez del “sub-proletariado” (underclass) británico; ahora lo describen como infestado de
animales amenazantes.
Llevado por análisis de este tipo,
así como por una atmósfera –comprensible- de cólera y de espanto, el primer
ministro conservador, David Cameron, sugirió que las personas reconocidas como
culpables de haber participado en los motines y pillajes sean desalojadas de
sus viviendas sociales (con sus familias) y privadas de sus asignaciones. Un mensaje
claro: si usted es pobre y comete un delito, será castigado dos veces.
Como el desasosiego conduce a la
histeria y la histeria a lo absurdo, en ocasión de procesos expeditivos s
pronunciaron los castigos más descabellados: “Una madre de dos niños, no
implicada en las revueltas, acaba de ser condenada a cinco meses de prisión por
haber aceptado un short proveniente de un negocio asaltado”, mostraba
orgullosamente la cuenta de Twitter de la policía de Manchester, antes de que
el mensaje fuera retirado. También se aplicó a dos jóvenes una pena de cuatro años
–más que algunos asesinos- por haber tratado de organizar, en Facebook, un
motín que nunca tuvo lugar.
Al día siguiente de los hechos
violentos la sociedad británica se parecía a la de los “animales enfermos de la
peste” descripta por Jean de la Fountaine (1621-1695). En 2009, el “escándalo
de os fondos reservados” reveló que una gran cantidad de parlamentarios se
apropiaba de dinero público. Sólo tres diputados fueron enviados a prisión. Algunos
habías facturado a los contribuyentes el mismo tipo de pantalla plana que las
hurtadas por quienes pillaban. Reconocido culpable de haberse hecho reembolsar
8.750 libras esterlinas (alrededor de 10.000 euros) por un televisor Bang and
Olufsen, el diputado laborista Gerald Kaufman simplemente debió devolver el
dinero. En cambio, Nicolas Robinson, un hombre de 23 años sin antecedentes
penales, pasará 6 meses en la cárcel porque durante un motín robó agua mineral
por un valor de 3,50 libras esterlinas (alrededor de 3,70 euros). Todo depende
según uno sea poderoso o miserable.
Discurso falaz
En su discurso del 15 de agosto
pasado Cameron comenzó sorprendiendo: los acontecimientos recientes, afirmó, “constituyen
una señal de alarma para nuestro país: los problemas sociales, que se incubaban
desde hace décadas, acaban de explotarnos en la cara”. ¿Los conservadores que
se suman a las tesis progresistas están invitando a tomar en cuenta las raíces
socioeconómicas de los motines? No precisamente. Los “problemas sociales” que
identificaba el Primer Ministro –prometiendo tener “el coraje de enfrentarlos”-
se resumían en “un lento derrumbe moral”: “niños sin padres, escuelas sin
disciplina y recompensas sin esfuerzo”. Sostener la lógica según la cual la
pobreza se desprendería de problemas de comportamiento, de carencias
individuales –incluso de elecciones propias-, constituye un buen medio de
legitimar el proyecto conservador de amputar los presupuestos vinculados a la protección
social (4). Una de las propuestas del gobierno más cuestionadas consiste en
limitar las ayudas para la vivienda que reciben principalmente los trabajadores
pobres.
De manera oportuna para el
gobierno, los motines favorecieron el desarrollo de la caricatura del chav, un término cuyo sentido se ubica
en algún lugar entre “proletarios” y “escoria”. Algunos como Fran Healy, el
cantante del grupo Travis, no dudaron en ironizar sobre una “primavera chav”, haciendo referencia a la “primavera
a árabe”- la palabra –que podría provenir de chaavi, “niño” en romaní- entró en el diccionario Collins con esta
definición: “Persona joven de extracción popular que se viste con jogging”. Pero, más que una realidad, el
término muestra que el discurso dominante asocia a los jóvenes de las clases
populares con un comportamiento antisocial, vulgaridad, ignorancia, consumo
excesivo de alcohol, etc.
En Reino Unido, como en otras
partes, el desprecio y la intolerancia suscitan con frecuencia el oprobio
general. Muy felizmente, nadie propondría públicamente, sin atraer la ira de la
justicia, cursos de autodefensa para protegerse de los homosexuales, sitios de
internet titulados “chusma judía”, una estadía en una isla “garantizada sin
mujeres” o campañas a favor de la esterilización de los negros. Sin embargo, si
reemplazamos “homosexuales”, “judíos”, “mujeres” y “negros” por “chav”, nos encontraremos en el ámbito de
lo trivial. Los ejemplos que se acaban de mencionar son reales, y nadie se
indigna.
La caricatura del “chav” aparece a fomes de los años 90. En
un momento en que las representaciones positivas de las clases populares se
hacían escasas en los medios de comunicación. Fue la época en que los periodistas
y dirigentes políticos de todo tipo explicaban que “ahora todos formamos parte
de la clase media”. Todos, con excepción de un grupo ubicado en la parte más
baja de la escala social. El supuesto aburguesamiento de los obreros había
hecho aparecer, como por decantación,
resto superfluo. “Lo que nosotros llamamos las clases laboriosas
respetables prácticamente han desaparecido –afirmaba en 2007 el periodista
Simon Heffer-. En general, aquellos que antes los sociólogos identificaban como
‘los trabajadores’ ya no trabajan: viven del Estado de Bienestar” (5).
Son escasos los que, dentro de la
elite británica, se preocupan por disimular su discurso; igualmente escasos son
los que no comparten el análisis. Retomando las teorías del libertario
estadounidense Charles Murray (6), la derecha asegura que las personas que no
se han unido a la clase media son retoños “naturales” de madres solteras. El New Labour de Anthony Blair prefería
calificarlos como “excluidos”. Con el cuidado de señalar, como Matthew Taylor,
ex asesor estratégico de Blair, que el concepto supone “que la persona se
excluye a sí misma, que su condición social se reproduce por su comportamiento
individual”. Dicho de otra manera: los que todavía no pertenecen a la clase
media sólo pueden culparse por ello a sí mismas.
Tal evolución constituye una
victoria para la ex primera ministra Margaret Thatcher, instigadora de la
contra-revolución liberal en Reino Unido. En 1978, seis meses antes de su
victoria, había declarado: “En verdad, la pobreza extrema ha desaparecido de
este país”. Si perdura, en ciertos lugares, es tal vez “porque algunas personas
no saben sostener un presupuesto, no saben administrar sus gastos, pero, sobre
todo, porque lo que se mantiene son los defectos individuales” (7).
Pobres contra pobres
Primera consecuencia de este
asalto: el cambio de mirada hacia las clases populares. En un estudio elaborado
por la consultoría Britain Thinks publicado este año, el 71% de las personas
encuestadas se describían como perteneciendo a la clase media. “Planteo la
misma pregunta, relativa a la identidad social, desde el final de los años 80 –observa
Deborah Mattinson, encargada de la encuesta-. Pero, desde hace poco, la
categoría ‘clases populares’ parece representar un insulto de la misma manera
que otros términos como chav” (8). Incluso
en el caso de personas para las cuales la única categoría apropiada es,
objetivamente, la de “clases populares”, pero que no desean verse asociadas a
una categoría juzgada desvalorizante comparada con la, más gratificante, de “clases
medias”.
En un momento en que también la
izquierda neolaborista abandona la idea según la cual la pobreza y el desempleo
resultan del sistema capitalista, un sentimiento de culpabilidad aparece entre
las víctimas del modelo económico instalado. Ya no se trata para ellas de cambiar
sus condiciones de existencia, sino de escapar de ellas.
Sin embargo, nadie sugiere que
las clases populares no han cambiado. Más de siete millones de personas
trabajaban en el sector industrial en 1979; hoy ya no son más que dos millones
y medio. Ahora se encuentran menos trabajadores en las minas y en la gran
industria que en los call centers,
los supermercados o las oficinas. Las tareas son más “limpias”, de menor
esfuerzo físico y pueden ser realizadas por mujeres. Pero los empleos son más
precarios, menos prestigiosos y (además) peor pagos después de tres décadas de
liberalización de las leyes laborales, cerca de un millón y medio de personas
deben contentarse con un puesto de medio tiempo. Una cantidad equivalente de
trabajadores por agencia pueden ser despedidos en menos de una hora, sin
ninguna indemnización. Ellos ya no conocen las vacaciones pagas.
En 2009, un estudio de la
fundación Prince’s Trust establecía que los jóvenes desempleados eran más susceptibles
que los otros de surgir de ansiedad, depresión o de manifestar comportamientos
suicidad. En Tottenham, donde comenzaron los motines, se registran 34
demandantes de empleo por cada oferta. La inmensa mayoría de las personas
interpeladas tiene menos de 24 años y está desempleada. ¿Hay que sorprenderse,
realmente, de que esta población –que, sin un empleo para conservar, y sin una
carrera que cuidar, sin futuro- se haya implicado más en los motines de agosto
pasado que la que vive en los barrios de mejor nivel? Seguramente, pobreza y
desempleo no llevan mecánicamente al pillaje, pero basta una minoría para
hundir a un barrio en el caos.
Lejos de constituir un
levantamiento político de los pobres y de los desheredados que algunos
esperaban, los motines de agosto tuvieron sus principales víctimas entre los
más desfavorecidos. Pobres contra pobres: una división útil al poder
conservador, que no pierde ninguna ocasión de explotarla. Las “revelaciones” de
la prensa sensacionalista relativas a “esos inmigrantes que viven en el lujo”
atizan con seguridad el resentimiento de una parte de los cinco millones de
personas que languidecen en las listas de espera de las viviendas sociales. De la
misma manera, los “expedientes especiales” sobre el fraude con las asignaciones
soplan sobre las brasas de la cólera de todos los que se contentan con los
mínimos sociales, aun cuando ese fraude, estimado en 1.200 millones de libras
esterlinas (alrededor de 1.4000 euros), cuesta 58 veces menos a los
contribuyentes que la evasión fiscal.
Los motines habrán contribuido a
la fragmentación de las clases populares. En estos tiempos de debacle financiera,
no resulta indiferente dirigir la mirada de los pobres hacia sus vecinos más
pobres todavía, antes que hacia las remuneraciones pagadas a los miembros de
los consejos de administración (que subieron el %55 el año pasado).
(1) Salvo mención en contrario, las citas provienen de entrevistas con el autor.
(2) Entre otros, BBC News (9-8-11), The Daily Telegraph (10-8-11), The Daily Mail (11-8-11)
(3) "The politic of envy was bound to end up in flames" 12-8-11, www.dailymail.co.uk
(4) Véase Tony Wood, "Resistencia británica a la austeridad", Le monde diplomatique, ed. Cono Sur, Buenos Aires, junio 2011
(5) "We pay to have an underclass", The Telegraph, Londrés, 29-8-07
(6) Véase Rick Fantasia, "Sociologues contre pyromannes"
(7) The Catholic Herald, Londres, 22-12-1978
(8) The Independent, Londres, 20-3-1
* Autor de Chavs. Demonization of the worker class, Verso, Londres, 2011
Traducción: Lucía Vera.
Fuente: Jones, Owen, "El orden británico contra la 'escoria'", Le Monde Diplomatique, ed. Cono Sur, Buenos Aires, septiembre 2011.
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