6 sept 2011

El orden británico contra la “escoria”

Por Owen Jones*


La insistencia de David Cameron en negar el rol de la pobreza en los motines de agosto es “francamente extraña”, afirmaba el muy liberal The Economist. El estallido de los barrios humildes reactivó la estigmatización de las clases populares.

Algunos meses antes de las elecciones generales de mayo de 2010, el diputado laborista Stephen Pound pensaba que el electorado británico estaba menos preocupado por un eventual retorno de los conservadores al gobierno que por otra perspectiva: el temor, “casi físico”, de ver “a un lumpen-proletario adornado con baratijas relumbrantes golpeando a sus puertas y devorando a sus niñeras”(1). Incluso en períodos de relativa tranquilidad, se manifiesta una cierta altanería en la superficie de las relaciones sociales en Reino Unido, una de las sociedades más desiguales del mundo. Bastó con varias noches de motines y de pillaje durante el mes de agosto para que ese desprecio latente se mostrara claramente.
Las calles británicas han recuperado la calma, pero la agitación se adueñó de los editoriales, de las cuentas de Twitter y de los discursos de los dirigentes políticos. Un adjetivo “salvaje” (feral), vuelve incesantemente a propósito de los amotinados, de buena gana descriptos como “ratas” (2). Richard Littlejohn, periodista de The Daily Mail, incluso propuso una solución para desembarazarse de “la jauría de huérfanos salvajes que atormentan a los barrios desheredados”: “matarlos a golpes de porra como a focas bebé” (3). Desde hace años, los comentarias se dedican a documentar la estupidez del “sub-proletariado” (underclass) británico; ahora lo describen como infestado de animales amenazantes.
Llevado por análisis de este tipo, así como por una atmósfera –comprensible- de cólera y de espanto, el primer ministro conservador, David Cameron, sugirió que las personas reconocidas como culpables de haber participado en los motines y pillajes sean desalojadas de sus viviendas sociales (con sus familias) y privadas de sus asignaciones. Un mensaje claro: si usted es pobre y comete un delito, será castigado dos veces.
Como el desasosiego conduce a la histeria y la histeria a lo absurdo, en ocasión de procesos expeditivos s pronunciaron los castigos más descabellados: “Una madre de dos niños, no implicada en las revueltas, acaba de ser condenada a cinco meses de prisión por haber aceptado un short proveniente de un negocio asaltado”, mostraba orgullosamente la cuenta de Twitter de la policía de Manchester, antes de que el mensaje fuera retirado. También se aplicó a dos jóvenes una pena de cuatro años –más que algunos asesinos- por haber tratado de organizar, en Facebook, un motín que nunca tuvo lugar.
Al día siguiente de los hechos violentos la sociedad británica se parecía a la de los “animales enfermos de la peste” descripta por Jean de la Fountaine (1621-1695). En 2009, el “escándalo de os fondos reservados” reveló que una gran cantidad de parlamentarios se apropiaba de dinero público. Sólo tres diputados fueron enviados a prisión. Algunos habías facturado a los contribuyentes el mismo tipo de pantalla plana que las hurtadas por quienes pillaban. Reconocido culpable de haberse hecho reembolsar 8.750 libras esterlinas (alrededor de 10.000 euros) por un televisor Bang and Olufsen, el diputado laborista Gerald Kaufman simplemente debió devolver el dinero. En cambio, Nicolas Robinson, un hombre de 23 años sin antecedentes penales, pasará 6 meses en la cárcel porque durante un motín robó agua mineral por un valor de 3,50 libras esterlinas (alrededor de 3,70 euros). Todo depende según uno sea poderoso o miserable.

Discurso falaz

En su discurso del 15 de agosto pasado Cameron comenzó sorprendiendo: los acontecimientos recientes, afirmó, “constituyen una señal de alarma para nuestro país: los problemas sociales, que se incubaban desde hace décadas, acaban de explotarnos en la cara”. ¿Los conservadores que se suman a las tesis progresistas están invitando a tomar en cuenta las raíces socioeconómicas de los motines? No precisamente. Los “problemas sociales” que identificaba el Primer Ministro –prometiendo tener “el coraje de enfrentarlos”- se resumían en “un lento derrumbe moral”: “niños sin padres, escuelas sin disciplina y recompensas sin esfuerzo”. Sostener la lógica según la cual la pobreza se desprendería de problemas de comportamiento, de carencias individuales –incluso de elecciones propias-, constituye un buen medio de legitimar el proyecto conservador de amputar los presupuestos vinculados a la protección social (4). Una de las propuestas del gobierno más cuestionadas consiste en limitar las ayudas para la vivienda que reciben principalmente los trabajadores pobres.
De manera oportuna para el gobierno, los motines favorecieron el desarrollo de la caricatura del chav, un término cuyo sentido se ubica en algún lugar entre “proletarios” y “escoria”. Algunos como Fran Healy, el cantante del grupo Travis, no dudaron en ironizar sobre una “primavera chav”, haciendo referencia a la “primavera a árabe”- la palabra –que podría provenir de chaavi, “niño” en romaní- entró en el diccionario Collins con esta definición: “Persona joven de extracción popular que se viste con jogging”. Pero, más que una realidad, el término muestra que el discurso dominante asocia a los jóvenes de las clases populares con un comportamiento antisocial, vulgaridad, ignorancia, consumo excesivo de alcohol, etc.
En Reino Unido, como en otras partes, el desprecio y la intolerancia suscitan con frecuencia el oprobio general. Muy felizmente, nadie propondría públicamente, sin atraer la ira de la justicia, cursos de autodefensa para protegerse de los homosexuales, sitios de internet titulados “chusma judía”, una estadía en una isla “garantizada sin mujeres” o campañas a favor de la esterilización de los negros. Sin embargo, si reemplazamos “homosexuales”, “judíos”, “mujeres” y “negros” por “chav”, nos encontraremos en el ámbito de lo trivial. Los ejemplos que se acaban de mencionar son reales, y nadie se indigna.
La caricatura del “chav” aparece a fomes de los años 90. En un momento en que las representaciones positivas de las clases populares se hacían escasas en los medios de comunicación. Fue la época en que los periodistas y dirigentes políticos de todo tipo explicaban que “ahora todos formamos parte de la clase media”. Todos, con excepción de un grupo ubicado en la parte más baja de la escala social. El supuesto aburguesamiento de los obreros había hecho aparecer, como por decantación,  resto superfluo. “Lo que nosotros llamamos las clases laboriosas respetables prácticamente han desaparecido –afirmaba en 2007 el periodista Simon Heffer-. En general, aquellos que antes los sociólogos identificaban como ‘los trabajadores’ ya no trabajan: viven del Estado de Bienestar” (5).
Son escasos los que, dentro de la elite británica, se preocupan por disimular su discurso; igualmente escasos son los que no comparten el análisis. Retomando las teorías del libertario estadounidense Charles Murray (6), la derecha asegura que las personas que no se han unido a la clase media son retoños “naturales” de madres solteras.  El New Labour de Anthony Blair prefería calificarlos como “excluidos”. Con el cuidado de señalar, como Matthew Taylor, ex asesor estratégico de Blair, que el concepto supone “que la persona se excluye a sí misma, que su condición social se reproduce por su comportamiento individual”. Dicho de otra manera: los que todavía no pertenecen a la clase media sólo pueden culparse por ello a sí mismas.
Tal evolución constituye una victoria para la ex primera ministra Margaret Thatcher, instigadora de la contra-revolución liberal en Reino Unido. En 1978, seis meses antes de su victoria, había declarado: “En verdad, la pobreza extrema ha desaparecido de este país”. Si perdura, en ciertos lugares, es tal vez “porque algunas personas no saben sostener un presupuesto, no saben administrar sus gastos, pero, sobre todo, porque lo que se mantiene son los defectos individuales” (7).

Pobres contra pobres

Primera consecuencia de este asalto: el cambio de mirada hacia las clases populares. En un estudio elaborado por la consultoría Britain Thinks publicado este año, el 71% de las personas encuestadas se describían como perteneciendo a la clase media. “Planteo la misma pregunta, relativa a la identidad social, desde el final de los años 80 –observa Deborah Mattinson, encargada de la encuesta-. Pero, desde hace poco, la categoría ‘clases populares’ parece representar un insulto de la misma manera que otros términos como chav” (8). Incluso en el caso de personas para las cuales la única categoría apropiada es, objetivamente, la de “clases populares”, pero que no desean verse asociadas a una categoría juzgada desvalorizante comparada con la, más gratificante, de “clases medias”.
En un momento en que también la izquierda neolaborista abandona la idea según la cual la pobreza y el desempleo resultan del sistema capitalista, un sentimiento de culpabilidad aparece entre las víctimas del modelo económico instalado. Ya no se trata para ellas de cambiar sus condiciones de existencia, sino de escapar de ellas.
Sin embargo, nadie sugiere que las clases populares no han cambiado. Más de siete millones de personas trabajaban en el sector industrial en 1979; hoy ya no son más que dos millones y medio. Ahora se encuentran menos trabajadores en las minas y en la gran industria que en los call centers, los supermercados o las oficinas. Las tareas son más “limpias”, de menor esfuerzo físico y pueden ser realizadas por mujeres. Pero los empleos son más precarios, menos prestigiosos y (además) peor pagos después de tres décadas de liberalización de las leyes laborales, cerca de un millón y medio de personas deben contentarse con un puesto de medio tiempo. Una cantidad equivalente de trabajadores por agencia pueden ser despedidos en menos de una hora, sin ninguna indemnización. Ellos ya no conocen las vacaciones pagas.
En 2009, un estudio de la fundación Prince’s Trust establecía que los jóvenes desempleados eran más susceptibles que los otros de surgir de ansiedad, depresión o de manifestar comportamientos suicidad. En Tottenham, donde comenzaron los motines, se registran 34 demandantes de empleo por cada oferta. La inmensa mayoría de las personas interpeladas tiene menos de 24 años y está desempleada. ¿Hay que sorprenderse, realmente, de que esta población –que, sin un empleo para conservar, y sin una carrera que cuidar, sin futuro- se haya implicado más en los motines de agosto pasado que la que vive en los barrios de mejor nivel? Seguramente, pobreza y desempleo no llevan mecánicamente al pillaje, pero basta una minoría para hundir a un barrio en el caos.
Lejos de constituir un levantamiento político de los pobres y de los desheredados que algunos esperaban, los motines de agosto tuvieron sus principales víctimas entre los más desfavorecidos. Pobres contra pobres: una división útil al poder conservador, que no pierde ninguna ocasión de explotarla. Las “revelaciones” de la prensa sensacionalista relativas a “esos inmigrantes que viven en el lujo” atizan con seguridad el resentimiento de una parte de los cinco millones de personas que languidecen en las listas de espera de las viviendas sociales. De la misma manera, los “expedientes especiales” sobre el fraude con las asignaciones soplan sobre las brasas de la cólera de todos los que se contentan con los mínimos sociales, aun cuando ese fraude, estimado en 1.200 millones de libras esterlinas (alrededor de 1.4000 euros), cuesta 58 veces menos a los contribuyentes que la evasión fiscal.
Los motines habrán contribuido a la fragmentación de las clases populares. En estos tiempos de debacle financiera, no resulta indiferente dirigir la mirada de los pobres hacia sus vecinos más pobres todavía, antes que hacia las remuneraciones pagadas a los miembros de los consejos de administración (que subieron el %55 el año pasado).

(1) Salvo mención en contrario, las citas provienen de entrevistas con el autor.
(2) Entre otros, BBC News (9-8-11), The Daily Telegraph (10-8-11), The Daily Mail (11-8-11)
(3) "The politic of envy was bound to end up in flames" 12-8-11, www.dailymail.co.uk
(4) Véase Tony Wood, "Resistencia británica a la austeridad", Le monde diplomatique, ed. Cono Sur, Buenos Aires, junio 2011
(5) "We pay to have an underclass", The Telegraph, Londrés, 29-8-07
(6) Véase Rick Fantasia, "Sociologues contre pyromannes"
(7) The Catholic Herald, Londres, 22-12-1978
(8) The Independent, Londres, 20-3-1

* Autor de Chavs. Demonization of the worker class, Verso, Londres, 2011
Traducción: Lucía Vera.

Fuente: Jones, Owen, "El orden británico contra la 'escoria'", Le Monde Diplomatique, ed. Cono Sur, Buenos Aires, septiembre 2011.

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