25 sept 2011

El hombre del violín

Pablo Picasso, El hombre del violín
“- No vale la pena –contestó B…-; da lástima… No sé qué efecto le produciría a usted; a mí me destroza el corazón. Su vida es una tragedia lamentable… Conozco a fondo a ese hombre, y aunque ha caído muy bajo, no ha muerto en mí toda mi simpatía hacia él. Dice usted, Príncipe, que debe de ser muy divertido… (…)
>>Hace ya varios años que no toca el violín. ¿Sabe usted por qué?... Porque siempre que toma el arco en su mano, se ve obligado a confesar en su fuero interno que no es un artista. Pero cuando abandona el arco conserva, al menos, la lejana ilusión de que no es certero su juicio. Se trata de un soñador. (…) Tiene sed de gloria. Y cuando un sentimiento semejante se convierte en el móvil principal y único de un artista, éste deja de serlo, pues ha perdido el principal instinto artístico, que es amor al arte por el arte, y no por la gloria o por cualquier otra cosa (…)
>> (…) Es, en efecto, algo terrible separarse de la idea fija a la cual se ha sacrificado toda la vida, y cuyo fundamento, por lo mismo, es serio y profundo… Al principio, su vocación era realmente sincera…”

Fiodor Dostoyevski, Niétoschka Nezvánova
...

Entré a mi habitación una noche fresca de primavera. Allí se encontraba, quizás desde hacía unas horas, quizás desde siempre, un hombre con un estuche. Encendió un cigarrillo y me observó con detenimiento.
- ¿Cómo estás? – me preguntó con cierto aire de indiferencia. Quizás sólo lo hacía para ocultar su indiferencia al mundo, a la representación. Sucio, bailando el cigarrillo entre sus dedos de artista abandonado, se redujo a olvidar mi presencia. Cuando me hube acomodado en mi cama y al ver que aquel extraño no se marchaba de allí, inicié la conversación:
- ¿Quién es usted?
Él me ignoró. La ceniza del cigarrillo caía en la alfombra de mi habitación a partir de su propio peso. Él estaba sumergido en una lejana meditación. Sus ojos, profundamente oscuros, resplandecían con el ardor de la punta del cigarro. La visión de sus propios demonios, el deseo de la evasión, del desarraigo, de la gloria. Una idiosincrasia distinta de ser humano –demasiado humano-. Allí estaba, junto a mí y tan alejado de este mundo y de cualquier otro, en el eterno plano de la inmanencia, apartado de todo tipo de representación. Sólo perdido y fascinado –en apariencia pero no en realidad- por aquel fulguroso resplandor de la punta del cigarrillo.
- ¿Me dijiste algo? –musitó volviendo un poco a este mundo.
- ¿Cómo es su nombre?
No me respondió. Encendió un nuevo cigarrillo y la ceremonia volvió a comenzar. Pero la naturaleza de la misma fue diferente esta vez: tomó en sus manos el estuche de instrumento, recelando un gran cuidado, y lo abrió. Un violín sucio y abandonado exhibía triunfantemente el cofre del tesoro. Él esgrimió el arco y raspó suavemente las cuerdas del instrumento. Una sucesión de notas horrible, incomprensible, desafinada, emitió el violín, decorando una atmósfera de pesadillas ya de por sí absurda. Al desconocer la melodía, el músico estalló en cólera, dispuesto a estrellar su herramienta contra una pared y terminar para siempre con todo eso; pero la violencia de su reacción fue menor y guardó al violín con mucho cuidado.
- Lo que sucede es que la acústica de esta habitación es pésima –se excusó-. ¡Así no se puede hacer una interpretación decente de Mendelsohn! ¡Y lo digo yo, su mejor intérprete!
Se levantó de su lugar y comenzó a caminar en círculos por la habitación. Estaba poseído por miles de demonios. Demonios violentos, de tiempos arcaicos. Titanes griegos gobernando la tierra y el cielo y devorando a sus hijos antes que ver repetirse la novela de Cronos. El veneno y la negación del veneno, pero sin caer en los axiomas metafísicos de Aristóteles. Él era todo eso, negación y afirmación del veneno, un camino dialéctico de ida. ¿Y entonces?
El violinista cayó en la alfombra. Sus ojos, profundos y oscuros, desnudando una candorosa belleza maligna, se enfocaron en la danza de la vela que alumbraba mi cuarto. Abstraído, paralizado como por una pesadilla en vigilia, se quedó observando el fuego de la vela bailando lunáticamente sobre la cera, sumido en una insalvable expresión de pánico y desesperación.
Entonces apagué la vela y la habitación se redujo al pesado silencio de la oscuridad.

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