7 ago 2011

El "hermano maldito" de la democracia


No me cae simpático Ricardito Alfonsín. Los motivos son varios, pero creo que el principal de todos es que  su único capital político sea portar el apellido de su padre muerto; lo dice, incluso en sus publicidades televisivas: “Sabés que vengo de una familia de políticos”; es lo único que sabemos, Ricardito. Tampoco me caía bien Raul Alfonsín. ¿Será acaso que tengo algún problema con esta “familia de políticos”?
Sé que me ganaré varios críticos con estas declaraciones, pero Raul Alfonsín y los alfonsinistas (los de siempre y los que empezaron a salir de las cloacas en 2008 y 2009 -25 años de democracia y funeral del “Padre” de esa democracia, respectivamente-), e incluso todos los radicales, tienen ese no-sé-qué de justificación de las contradicciones del gobierno de Alfonsín señalando que la democracia estaba en peligro, él estaba obligado a hacer lo que hizo para salvarla. ¿No me digas que nunca escuchaste eso? Uno termina concluyendo que Alfonsín salvó la democracia y que el tipo es un héroe. Ahora bien, ¿cuál fue el precio de salvar la democracia? ¿Y qué clase de democracia es la que sobrevivió después de que Alfonsín –y luego Ménem- la salvara? Eso es algo que poco se plantea a la hora de referirse a una democracia donde comenzó a reinar la impunidad. Todo esto, sólo para criticar el gran argumento justificador de los errores y las contradicciones de Alfonsín; no me voy a detener en cuestiones más ideológicas como la Teoría de los dos demonios, pues sería extender esta nota más de lo que pretendo y sobre temas que poco me interesa enunciar en este caso.
Como todos sabemos, la memoria del pueblo no es el pasado del pueblo sino la construcción que el pueblo se hace de ese pasado. No es lo que pasó sino cómo se recuerda lo que pasó. En ese sentido, el Alfonsín de bronce, el “padre” de la democracia, no es más que un mito nacido a partir de eventos como los 25 años de democracia o la propia muerte de Alfonsín. Ahora es una figura virtuosa, llena de bondad y de ética, demócrata de la primera hora, extorsionada por fuerzas tan poderosas que la terminaron haciendo tropezar y caer en el vacío y en el olvido. Y allí está ahora su hijo, Ricardito, ¡y qué parecido es al padre! “Alfonsinazo”, dijo la Barcelona con motivo de la resignificación de Alfonsín en la memoria del pueblo. Y Ricardito se agarró de eso para impulsar su figura política; el gran problema es que se estancó allí.
Ahora muchos reniegan de Ricardito y lo acusan de hacer que su viejo se revuelque en su propia tumba. Lo he escuchado muchas veces en los últimos días de parte de amigos y conocidos. No me queda otra que, pese a toda la antipatía que siento por él, solidarizarme con Ricardo Alfonsín. Por un lado, ¿qué es esa acusación moral de honrar la memoria del padre? ¿Qué tan católicos nos hemos vuelto sin darnos cuenta? Debe ser jodido para Ricardito pensar en conseguir objetivos políticos y, al mismo tiempo, honrar la figura de bronce de su padre –porque ni siquiera tiene que honrar al padre posta, ése que está en el Cementerio de la Recoleta-, que resulta que es más pura que la Madre Teresa. Él jamás va a ser lo que se construyó de su padre. Es responsable de querer agarrarse de esa figura de manera tan maquiavélica, pero si la crítica que le hacemos es meramente moral no nos hacemos bien ni a nosotros mismos como sujetos críticos.
Por otro lado, ¿Alfonsín (padre) estaría decepcionado de Ricardito? No hablo de la figura de bronce que deja en las sombras a todo el resto de la  humanidad –porque ésa sí estaría enojada-, sino al posta, al que ejecutó las leyes del perdón y firmó el Pacto de Olivos. ¿Acaso estaría enojado con el pibe? ¿Y acaso importa en algún sentido? ¿Ese Alfonsín no murió ya hace 2 años? ¿Y el otro? Todavía está vivo en la memoria del pueblo que lo recuerda. No es que no sea parecido al padre, sino que no es parecido al busto de bronce. Es parecido al que se murió, no al que está vivo en la memoria del pueblo.
Me sigo compadeciendo de Ricardito Alfonsín; debe ser jodido tener que quedar bien con un prócer.


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