19 jun 2011

Plagio a Artaud o sobre cómo utilizar a un poeta maldito en la vida cotidiana

Mi amigo F… vino a visitarme el viernes por la mañana. Su estado era lamentable. Me explicó que deseaba terminar con su novia, pero no sabía bien la mejor forma de hacerlo o, aunque sea, hacérselo saber. Él está con ella desde los dieciséis años. Ahora tiene 28. Una gama de sentimientos contradictorios, ambiguos, se encuentran en su mente. La ama, pero no puede soportar verle la cara. No puede soportar más sus gustos para la decoración ni su forma de respirar cuando duerme. F… desea con desesperación un poco de libertad. Vino hacia mí en busca de auxilio, esperando que yo pudiera ofrecerle un poco de aire fresco en su hacinamiento intestino.
- ¿Qué puedo hacer para no volver  a ver más a esta mujer?
- Decile que ya fue - le respondí con tranquilidad.
- Ésa no es una opción. Ella es muy volátil.
- En ese caso, escribile una carta.
- Lo pensé. Lo que sucede es que no sé escribir bien. Soy un hombre de pocas pulgas para la literatura. ¿Podrías hacerla, me estoy refiriendo a la carta, por mí? – me sugirió, suplicante.
Quizás no fuera una mala opción. Sin lugar a dudas, tengo un poco más de práctica en el ámbito de la pluma que F…. No obstante, no deseaba quedar expuesto a ser descubierto por su novia, que conoce bien mi obra. Eso, sin mencionar mi falta de sensibilidad, es decir, mi total y completa frialdad en lo referido a asuntos amorosos. La angustia de mi amigo me hipnotizaba a la par de sus súplicas. Pero yo había tomado mi decisión:
- Lo siento, F…. Me es imposible. No me encuentro inspirado.
- ¿Y entonces qué hago?
Y recordé lo que hube leído la semana pasada.
- Toma una lapicera; yo te dictaré algo que, de seguro, ella no conoce.
Me levanté entonces para buscar un libro en los estantes. Cuando lo encontré, F… ya se había hecho con pluma y pergamino y estaba sentado, esperando ansioso que comenzara a dictar:
Mi amigo parecía Artaud en esta foto aquella mañana de viernes
- “Necesito a mi lado a una mujer simple y equilibrada, y cuya alma inquieta y turbia no proporcionaría continuamente alimento a mi desesperación. Estos últimos tiempos ya no te veía sin un sentimiento de temor y malestar. Sé muy bien que es tu amor el que produce tus inquietudes por mí, pero es tu alma enferma y anormal como la mía la que exaspera esas inquietudes y te pudre la sangre. No quiero seguir viviendo contigo bajo el temor.
>> Agregaré a esto que necesito una mujer que sea únicamente mía y que pueda encontrar en mi casa en todo momento. Estoy desesperado de soledad. No puedo regresar a una pieza, solo, y sin ninguna de las comodidades de la vida a mi alcance.  Me falta un hogar, y me hace falta en seguida,  y una mujer que se ocupe de mí continuamente, incapaz como soy de ocuparme de nada, que se ocupe de mí hasta para las cosas más pequeñas. Una artista como tú tiene su vida y no puede hacer eso. Todo lo que te digo es de un egoísmo feroz, pero es así. Ni siquiera es necesario que esa mujer sea hermosa, no deseo tampoco que sea de una inteligencia excesiva ni, sobre todo, que piense demasiado. Me basta con que se apegue a mí. Pienso que sabrás apreciar la gran franqueza con que te hablo y que me darás la siguiente muestra de inteligencia: comprender muy bien que todo lo que te digo en nada disminuye la intensa ternura, el indestructible sentimiento de amor que tengo y tendré inalienablemente por ti, pero ese sentimiento nada tiene que ver con el curso corriente de la vida.
>> La vida es para vivirse. Demasiadas cosas hay que me unen a ti para que te pida que rompamos; te pido solamente que cambiemos nuestras relaciones, que nos hagamos cada uno una vida distinta, pero que no nos separará.” *
- Che, es muy bueno esto. ¿Vos decís que no se va a enojar? – me indagó, preocupado, F…
- De ninguna manera – le respondí con ciego optimismo.

A la tarde siguiente, se acercó hacia mi casa. Su rostro, fatigado y vencido. Parecía haber disputado una batalla perdida de antemano.
- ¿Qué sucedió? – le pregunté, inquieto.
- Es que me olvidé de decírtelo. Mi novia es experta en Artaud. Se lo tomó a la joda.

* Artaud, A., El ombligo de los limbos. El pesanervios, Buenos Aires, Editorial Aquarius, pp. 73-74

1 comentario:

BioPussy dijo...

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