29 jun 2011

La Mettrie y el marqués de Sade

Julien Offroy de La Mettrie nació en la ciudad francesa de Saint-Malo en 1709. Hijo de una familia de comerciantes, realizó estudios humanísticos completados más tarde con los de medicina. Sus ganas de saber y su avidez por la aventura, pronto lo llevaron lejos de su tierra natal. Primero a París y luego a tierras flamenca; algunas veces, incluso, huyendo de los que pensaban que sus ideas eran demasiado avanzadas para la época. La Mettrie fue sin duda el materialista más convencido y más radical de su generación. Sus escritos no fueron gratos a las mentes bien pensantes del momento, que los quemaron públicamente en 1746.
Debido a la inquina que La Mettrie provocaba entre teólogos y enemigos declarados del progreso del conocimiento, despertó la admiración de Federico II de Prusia, que le llamó en 1748 a Berlín para que fuera su lector y consejero. El papel que asumió La Mettrie en la corte berlinesa encendió los celos de Voltaire, quien no por ello dejó de lamentar su muerte cuando ésta se produjo en 1751. Y es que La Mettrie dejaba tras de sí una serie de obras, de entre las que sin duda destaca por la trascendencia que ha tenido a lo largo de los siglos posteriores El Hombre Máquina, en la cual rechaza de plano tanto el dualismo cartesiano como su concepción de la materia.
Para el médico de Saint-Malo, la afirmación que el hombre es una máquina significa que es un ser puramente material cuya alma está determinada por el cuerpo. No cesó hasta su muerte de exponer en sus obras, que sorprenden todavía por su agudeza y por su lucidez, que el ser humano, como el universo, se compone exclusivamente de materia, que el cuerpo y el alma son una sola cosa. Todo, incluido el placer y la felicidad, está determinado por la organización corporal, por la sensibilidad física.
En las obras de contenido moral, el Anti-Séneca (también llamado Discurso sobre la felicidad), El Sistema de Epicuro, pero especialmente El Arte de Gozar, donde se encuentra una teoría definitiva sobre el placer y particularmente sobre los placeres del amor. En el Anti-Séneca distingue entre placeres ordinarios (groseros) y finos (puros, delicados), breves (efímeros) y duraderos, para probar la importancia fundamental de la felicidad sensual en el logro del equilibrio del hombre, y para combatir firmemente la idea de remordimiento (“el más grande de los enemigos del hombre”), sentimiento ficticio, producto de una educación antinatural.
El arte de gozar es una obra es una obra de inspiración literaria y de muchas referencias de la mitología clásica, ilustrada con fragmentos de idilios cásicos imaginarios: las diferentes escenas y situaciones amorosas que describe se ordenan en una especie de antología del goce sensual. El amor y sus placeres se destruyen casi con la vida.la obra comienza con una invocación a los placeres etéreos (inefables) del corazón y el alma:

“Dios de las bellas almas, encantador placer, no permitas que tu pincel se prostituya con infames placeres, o más bien con indignos excesos que hace gemir la Naturaleza sublevada (…) No es el goce de los cuerpos el que necesito, sino el de las almas”(1).

Pero como buen materialista, La Mettrie no concibe el goce del alma sin la participación del cuerpo:

“El voluptuoso ama la vida porque tiene el cuerpo sano, el espíritu libre y sin prejuicios. Amante de la naturaleza, adora sus encantos, porque conoce su valor; inaccesible al desánimo, no comprende cómo este veneno letal puede corromper nuestros corazones”(2).

Sus relatos trazan el camino del placer a partir de sus formas más ingenuas –jóvenes pastores que realizan su aprendizaje sensual en un marco bucólico(3)-, hasta las más etéreas, por caminos sofisticados: el amor “espiritual”, que sólo espera la ocasión para convertirse en carnal; la despedida amorosa del guerrero, donde se mezclan la lascivia y la melancolía; el amor de la mujer encendida de pasión cuya imaginación la conduce al éxtasis.
Estos diferentes temas llegan a la misma conclusión: la afirmación de la influencia predominante de la imaginación en todo goce verdaderamente voluptuoso. Y además, no falta una especie de canto de ópera, ese “templo de placer”, y a las mejores cantantes y bailarinas de su épocas, sacerdotisas de dicho templo. Y, por último, evoca –pero mucho más rápidamente, sólo para completar esta enciclopedia del arte de gozar- los placeres de la mesa, de la sociedad, las pasiones de Safo, de Narciso, de Gitón.
La Mettrie exalta la sensualidad y los placeres de los sentidos, pero mal que les pese a sus adversarios, su concepción del placer y la felicidad está lejos de ser una simple apología de los placeres más obscenos. Establece la diferencia entre voluptuosidad y placer. Mientras que el simple buscador de goces se contenta con sucumbir a los impulsos de la máquina fisiológica, el voluptuoso regula su conducta conforme a una disciplina intelectual y física.

“Sigamos por doquier al voluptuoso, en sus discursos, en sus paseos, en sus lecturas, en sus pensamientos, etc. Distingue la voluptuosidad del pacer, como el olor de la flor que lo exhala, o el sonido del instrumento que lo produce. Define la orgía, un exceso de placer mal administrado, y la voluptuosidad, el espíritu y la quintaesencia del placer, el arte de usarlo con moderación, de conducirlo mediante la razón, de disfrutarlo por el sentimiento”(4).

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Para La Mettrie la moral sólo puede basarse en la felicidad individual, y ésta descansa sobre el instinto del individuo; es una moral que rechaza las convenciones sociales, o mejor, las invierte: la sociedad debe adaptarse a las necesidades del individuo para llegar a ser feliz. Esta concepción choca con la de Diderot y d’Holbach; para ellos las necesidades del individuo han de subordinarse a las de la sociedad. La diferencia fundamental, pues, es que La Mettrie consideraba que la moral y su fin –el placer- sólo son una cuestión relativa al individuo, mientras que d’Holbach subordina la felicidad individual a la felicidad de la colectividad, al proreso social: la conducta del hombre es moral si es útil a la sociedad.
Sentado que la felicidad pública es la ley suprema y que “está asociada a la bondad de las costumbres”, no resultará sorprendente que el barón sea un enemigo declarado del teatro y de la danza y censure a los autores libertinos. Sería fácil ironizar sobre el rigorismo virtuoso del barón d’Holbach, pues, paradójicamente, sus obras fueron los libros de cabecera del marqués de Sade.
Ahora bien, a pesar de la influencia de d’Holbach, muchos temas de la filosofía de La Mettrie son determinantes para la de Sade. He aquí una breve referencia de las ideas del autor de El Hombre Máquina desde las cuales se puede considerar la filosofía general del divino marqués. Sade acepta de La Mettrie el concepto materialista del hombre y del universo. También admitió de él la idea de que la búsqueda de la felicidad, del placer, es el objeto principal de toda actividad humana. El crimen es también una búsqueda de la felicidad. Es cuestión de carácter. La felicidad no toma en cuenta la virtud y el hombre que tenga satisfacción en hacer el mal será más feliz que uno que experimente satisfacción haciendo obras, actos buenos. Además aceptó la supremacía de la imaginación en lo intelectual, y de la sensación en la actividad física, la inutilidad del remordimiento, un sentimiento infantil e inane.
En numerosos pasajes donde se expone la filosofía sadiana encontramos la influencia y la herencia de La Mettrie. Así, en el Dialogo entre un sacerdote y un moribundo, a propósito del crimen y los remordimientos afirma:

“Nos arrastra una fuerza irresistible y no somos ni por un instante dueños de decidirnos por otra cosa que aquella hacia la que nos sentimos inclinados. No hay virtud que no sea necesaria a la naturaleza y, análogamente, ni un solo crimen del que ella no tenga necesidad. Justamente, en el perfecto equilibrio que mantiene entre unos y otros reside toda la ciencia. ¿Podemos, pues, ser culpables del camino al que nos arroja? ... basta que la ley lo condene y que la espada de la justicia lo castigue para que deba inspirarnos aversión o terror. Pero cuando por desgracia ha sido cometido, es preciso afrontar afrontar los hechos y no entregarse a remordimientos estériles, que son totalmente inútiles, pues no han podido preservarnos de él; y nulos, pues nada reparan”(5).

Este pasaje parece casi sacado literalmente del Anti-Séneca o Discurso sobre la felicidad de La Mettrie:

“Hobbes dijo del hombre: homo homini lupus… Sabemos que sin el miedo a las leyes ningún malvado será contenido… ¿Son los remordimientos guía para alguien? … De manera que los remordimientos son, filosóficamente hablando, tan inútiles después como durante y antes del crimen…; no pueden paliar nuestros males ni amansar a los tigres de nuestra especie…”(6).

En la Filosofía en el tocador, sobre la búsqueda del placer se afirma que éste:

“Es tan sólo la ampliación de nuestros gustos y nuestras fantasías, el sacrificio de todo al placer; lo que habrá de permitir a esa desdichada criatura que llamamos hombre, arrojada a su pesar en este triste mundo, recoger unas pocas rosas en medio de las espinas de la vida”(7).

Y añade Sade:

“Vuestro cuerpo es vuestro y sólo vuestro; sois la única persona en el mundo con derecho a obtener placer de él y a permitir que alguien obtenga placer del mismo. Aprovechad los mejores años de vuestra vida; esos felices años de vuestros placeres…”(8).

Estos pasajes sadianos son análogos al que encontramos en De la volupté de La Mettrie:

“El placer es el atributo principal de todos los animales, aman el placer por sí mismo… El sabio debe buscar el placer, sin el cual no puede ser feliz… Placer, dueño supremo de los hombres  y de los dioses, ante quien todo desaparece, tú sabes cuánto te adora mi corazón”(9).

Uno y otro atribuyen a la imaginación un papel fundamental en la esfera de los placeres (sexuales). Sade escribe:

“La imaginación es el aguijón del placer… todo lo dirige y es motivo de todo. ¿Acaso no es de aquí de donde proviene el placer? ¿Acaso no es de aquí de donde surgen los placeres m´`as vivos? … ¿No me habeis dicho que las sensaciones morales más deleitosas se originan en la imaginación? Pues bien, si damos rienda suelta a la imaginación, si le permitiera cruzar estas últimas fronteras que la religión, la decencia, el humanitarismo, la virtud, en una palabra, todos los llamados deberes han puesto en su camino, ¿no llegarían acaso sus divagaciones hasta el prodigio? ¿No nos irritaría aun más su misma intensidad? En tal caso, cuanto más deseemos ser conmovidos, sentir violentamente, tanta más libertad damos a nuestra imaginación para que recorra las rutas más peculiares…”(10).

Y manifiesta con vehemencia La Mettrie:

“Cuanto mas fuerte es la imaginación de uno, más fuertes son las presiones que recibe el corazón… Ayuda a crear nuestros deseos, inspira los medios para satisfacerlos”(11).

Ahora bien, aun partiendo de la misma base filosófica, entre La Mettrie y Sade hay una diferencia de carácter, de temperamento, de circunstancias personales, de tono. Para La Mettrie, el deseo es pacífico, equilibrado, recíproco; por el contrario, para Sade el deseo, el placer, es destructor; la orgía culmina en la crueldad, en el crimen. Para el divino marqés lo que predomina en la mayoría de los seres es el instinto de destrucción. Nos muestra, a través de la ficción, lo espantosas que podrían resultar las relaciones amorosas si los hombres dieran rienda suelta a todos los fantasmas de su inconsciente:

“Pero prosigamos… ¿Te asombra la crueldad de nuestros gestos? … ¿Cuál es el objetivo del hombre que goza?... ¿Acaso no consiste en aportar a sus sentidos la mayor excitación, para así llegar mejor y más cálidamente a la última crisis, crisis preciosa, que determina si el placer ha sido bien o mal logrado en razón del mayor o menor grado de actividad que ella representa? … En una palabra: ¿no es mucho más amo el que impone que el que comparte? … ¿Pero cómo se le puede ocurrir a un hombre razonable que la delicadeza represente alguna ventaja para el placer?”(12).

El universo sadiano es horrible, el cuadro resulta brutal, pero es necesario para conocer la naturaleza humana. El marco esceográfico en que los libertinos sadianos llevan a cabo sus monstruosidades e incesantes envilecimientos –las mazmorras, las catacum,bas, los sótanos del terrorífico castillo de Silling en Las 120 jornadas de Sodoma o en el castillo de Roland en las fronteras  del Delfinato, en Justine, no describen lugares que estén preparados para el placer o delicadas galanterías sino para el meticuloso desarrollo de la maldad. El hedonismo, la amistad, a diferencia de La Mettrie, no son los fines de esa escritura enloquecida, que lleva al límite todas las posibilidades de la maldad y que elogia todas las formas del adulterio, de la sodomía, de la violación del incesto, de la calumnia, de la vejación… Crímenes en que el depravado Dolmancé –uno de los libertinos más emblemáticos de la obra sadiana aleccionaba a la joven Eugenia en la ya citada Filosofía en el tocador.

Miguel Pujadas
Jordi Riba

(1) La Mettrie, El arte de gozar, supra
(2) Ibidem
(3) “¿Pero no existirá acaso ninguna otra diferencia? ¡Sí! Incluso mucho más considerable; contemplad esta rosa que el felicísimo himen recibe algunas veces de manos del Amor, rosa roja cuyo capullo apenas abierto quiere ser recogida; rosa encantadora cuyas hojas parecen cubiertas y rodeadas de una fina pelusa para mejor esconder los amores que en ella se ocultan  y mantenerlos más suavemente en sus jugueteos
Sorprendido por la belleza de esta flor, ¡Con qué avidez el pastor la valora! ¡Con qué placer la toca, la recorre, la examina! La turbación de su corazón se manifiesta en su mirada.
Por primera vez la pastora siente curiosidad por sí misma. Ya había visto su hermosa carita en un transparente arroyo; el mismo espejo le va a servir para contemplar unos encantos secretos que ignoraba. ¡Pero a su vez descubre cuánto se le parece Dafnis! ¡Qué bien le devuelve su sorpresa! Impresionada por tan prodigiosa diferencia, muy turbada, hasta allí lleva la mano temblorosa; la acaricia, ignora su uso, no comprende por qué su corazón late tan deprisa, casi no se reconoce; pero cuando, una vez recuperada, un rayo de luz ha entrado en su corazón, lo mira como a un monstruo, la situación le parece imposible, no concibe todavía, la pobre Inés, de todo lo que es capaz el amor” (ibidem)
(4) Ibidem
(5) Sade, Dialogo entre un sacerdote y un moribundo, Argonauta, Barcelona, 1980.
(6) La Mettrie, Discurso sobre la felicidad, El cuenco de plata, Buenos Aires, 2005, pp. 68-70
(7) Sade, La filosofía en el tocador, Tusquets, Barcelona, 1989.
(8) Ibidem.
(9) La Mettrie, L’École de la volupté, Desjonquères, París, 1996.
(10) Sade, op. cit.
(11) La Mettrie, op. cit.
(12) Sade, Justina, Cátedra, Madrid, 1995.

(

Fuente: La Mettrie, El Arte de Gozar, Córdoba, Editorial Universidad Nacional de Córdoba,  2008.

2 comentarios:

Amcky dijo...

Qué lindos muchachos,
justamente había estado pensando en leer a Sade...Casualidades.

Entre tantas palabras y reflexiones, el remordimiento me llamó la atención. Me quedo pensando en él...

Little Freud dijo...

La obra de Sade es larga y bastante inhóspita para mí. El único trabajo que leí, Filosofía en el tocador, me pareció excelente. Sade, en esa obra, me llevó hasta el extremo con su reacción a la moral, ya sea por sus argumentos o la descripción de las escenas de sexo en los diálogos que la componen. Si te interesa, te puedo recomendar, además de esta obra en particular, un trabajo de Jacques Lacan: Kant y Sade -se consigue en archivo .pdf-. Kant y Sade son autores que, en lo referente a la moral, son dos puntos opuestos. Si te interesa el tema, leete también La Metafísica de las Costumbres de Kant y te vas a dar cuenta a lo que me refiero. Después, si te va sentarte a ver una película, Saló de Passolini se inspira en otra obra de Sade en el artículo enunciada: Las 120 jornadas de Sodoma.